LA NEBLINA. Roberto Zamit

17.07.2017

Cuando uno intuye que hay algo más allá de lo que se percibe


El tiempo de nuestras vidas comienza inmerso en una suerte de niebla que oculta realidades diversas, realidades que vemos a medida que ganamos en altura. Algunas son sencillas y abiertas, fáciles de ubicar en tiempo y espacio. Otras son más complicadas, mayormente aquellas que se relacionan con el hacer humano en el mundo del afuera, estudio, trabajo, deudas, créditos, bancos, horarios, contratos, política, etc. Ni que hablar de las que tratan sobre el amor, el sexo, los celos, etc.

Pero todo eso es normal, comprensible y aceptable como parte de algo que no habrá de cambiar porque, en nosotros y desde un principio, ha sido incorporada la idea de que siempre fue así, que así es y así será.

A partir de entonces nuestra dedicación estará puesta a vivir todo eso y a sortear los obstáculos que se interpongan en nuestro camino, cualesquiera sean.

Sin embargo, a medida que avanzamos en la comprensión de todas estas cosas notamos que no todo es tan como se dice, y si encendemos la radio o visitamos otro medio de comunicación entendemos que, además, hay versiones contrapuestas sobre un mismo tema.

Como es de imaginar, ya parcialmente formados por el entorno familiar, nos interesaremos por aquel discurso que acompañe nuestras creencias; nuestras precarias verdades del mundo. De todas formas, sucede que, otros contenidos, cosas que nos son inculcadas durante nuestra etapa educativa en instituciones públicas o privadas, a veces compiten con lo que hemos aprendido en el entorno familiar y en "el afuera", por lo que muchas veces nuestra mente se encuentra en una encrucijada y debe decidir, mayormente desde lo emocional, qué posición tomar respecto de esto y lo otro.

Aún no advertimos que, con sus carencias y errores, la educación familiar pretende y espera que nuestra vida sea lo más exitosa posible, y que la educación institucional persigue que el sistema económico-político en que estemos inmersos se sostenga en creencias y actitudes que justifiquen su existencia y beneficien su permanencia.

Esto es lo normal, siempre sucedió, sucederá y no hay nada de qué alarmarse.

Ocurre, sí, que diferentes momentos económicos y políticos nos mueven a analizar la realidad de una manera menos desaprensiva que lo habitual, por lo que tomar partido por una u otra posición se va volviendo algo necesario.

No obstante ello, esto lleva bastante tiempo, años quizá, hasta que podamos hacernos una pequeña idea de qué es lo que verdaderamente sucede y de quién es quién.

Ya sabemos, eso sí, que los actores políticos no son trigo limpio, y que para los grandes capitales privados del país y del exterior, si formamos parte de la gente común no significamos nada. Pero eso no acaba de resolver el fondo de la cuestión, por lo que la niebla se disipa pero no tanto.

Sucede que la comprensión general de nuestros alrededores está condenada a ser lenta porque, considerando que los planes de estudio no nos preparan para saber cómo defender nuestra integridad política, social, económica y síquica sino para ser buenos trabajadores, y que nuestra propia familia no está en condiciones de enseñarnos lo que ha quedado por el camino, entender la realidad con mayor propiedad necesita de un tiempo extra, estudio y observación.

Llegados a este punto debe aceptarse que no todos sentimos la necesidad de averiguar más acerca de aquello que afecta nuestras vidas, y esa actitud de no interesarse es, lamentablemente, una postura más común de lo que podría desearse.

Ocurre que, así como sucedió a nuestros mayores, una parte muy significativa de la generación que compartimos, cualquiera esta sea, ha sido, en la práctica, secuestrada por las ya señaladas deficiencias del aparato educativo, a lo que se suma la prédica constante de medios de comunicación dedicados, no solo a ofrecer productos de consumo, sino a distraer nuestra atención hacia cosas simples e irrelevantes. Entretenernos es la consigna, asombrarnos, emocionarnos tal vez, pero no enseñarnos nada y, mucho menos, alentar en las personas la aparición de un espíritu crítico que traiga como consecuencia la imposibilidad de manejar a las gentes según el sistema desea y necesita.

Véase que la otra acepción de entretener es, según el diccionario, "estar detenido y en espera", y no hay nada más cierto que eso porque, si uno lo piensa bien, los medios no están ahí para sino por nosotros. Son forjadores de opinión, es la voz de la política local e internacional y de las empresas la que nos dice o insinúa en qué debemos pensar, qué debemos creer y qué es lo importante; y lo hacen en la casi completa convicción de que somos maleables, prácticamente estúpidos.

Eso no es todo, claro está, porque tanto los medios como los políticos de uno y otro partido se han obligado, o han sido obligados a alinearse a poderes extranjeros o extraños cuya narrativa también surca las horas de nuestras vidas.

La presencia de dichos poderes se ve a diario en el simple acto de recordar mucho de lo que se dice respecto de cosas que la propia gente del país no podría haber inventado y, mucho menos, darles carácter internacional (me refiero, en este caso, a cambios culturales).

Mayormente trata sobre "verdades", movimientos, consignas y leyes que a un tiempo aparecen por todo el mundo y a lo que, como dicho, la política y los medios locales se verán obligados a respaldar sin asomo de duda so pena de represalias diversas.

Así no escucharemos análisis inteligentes al respecto, ni sabremos de posturas contrarias capaces de destruir o poner en tela de juicio aquello nuevo que se promulga o los argumentos que se esgrimen. Se censura sin expresamente prohibir, pero sí quitándole espacio a voces disidentes, o bien dándoselo a individuos incompetentes o inaceptables.

Esto ha funcionado bastante bien por el hecho de que, durante las últimas décadas, las poblaciones del mundo han sido expresamente desalentadas de la lectura y privadas de un vocabulario amplio, por lo que pocos son los que han leído o intentado leer algo que vaya más allá del suplemento deportivo, los títulos de algún periódico, los crímenes del día, los chistes, el horóscopo, las ofertas comerciales o artículos dedicados a la moda y al chisme.

Con el tiempo llegó Internet.

Recordando mi juventud y considerando que hasta entonces apenas contábamos con libros, documentales y bibliotecas públicas para desasnarnos en soledad, con el acceso generalizado a los contenidos de Internet se abrió un mundo de nuevas posibilidades. Esto dicho, y aunque en la red no todo sea cierto o preciso, y aunque mucho de lo que se comparte está dedicado a entretener o engañar, sí existe un sinfín de documentos escritos que se dan a conocer y pueden ser ubicados, recomendaciones de libros y autores que no conocíamos, documentales antiguos e innumerables filmaciones y discursos sobre acontecimientos de todo tenor.

Además, podemos vernos y hablarnos con amigos y familiares, así como con ciudadanos de todo el planeta, personas que, casi con seguridad, en la vida real jamás llegaríamos a conocer.

En verdad, fue Internet lo que dio luz al concepto de "aldea global". 

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