Odebrecht y la Lulaburguesía II. Rafael Gómez Martínez
Rafael Gómez Martínez
Fue una postal emblemática de la corrupción que cruza de manera transversal a la izquierda continental y tanto a ellos como a sus compinches regionales, cuando hicieron mutis por el foro -un mutis eco de las andanzas de los integrantes del Foro de São Paulo- en el momento en que se supo que un secretario de estado argentino era sorprendido por la policía, botando por encima de la pared de un remedo de convento en las afueras de Buenos Aires, las maletas cargadas de dólares. Eso ocurrió entre el 15 y el 16 de junio del año pasado. Era dinero verde, ocho millones en efectivo, fruto del asalto a la hacienda pública por parte del bandido y de sus cómplices hacia arriba y hacia abajo. José López ** hacía en la maniobra un esfuerzo desesperado por esconder una ínfima parte del botín, ante el seguimiento de la justicia que le pisaba los talones. Un esguince fallido que hizo el exfuncionario delincuente, obligado a ello por la disolución parcial de la impunidad que gozó durante el gobierno de Cristina Fernández, la jefa de la banda y presidenta de la Argentina, mientras mantuvo el control de la exacción a la confianza y recursos públicos, desde la Casa Rosada. Esto, claro, después del muerte del capo di tutti capi, Néstor Kirchner, cónyuge de la mandataria argentina y también expresidente del maltratado país, que alguna fue vez fue poderoso y ejemplo de buen sentido para hacer bien las cosas dentro del vecindario. Esto último fue así en otro tiempo ya lejano.
Ahora, la degradación del Estado y la decadencia marcada de la dirigencia argentina, durante más de medio siglo, tuvo su ápice en la triste y trágica parábola de los Kirchner, quienes no forman parte del Foro de São Paulo pero han sido sus compañeros de ruta y comparten concepciones ideológicas al tiempo que, todos ellos, por amor a los pobres empobrecieron más al país con motor parcial en la corrupción, y aumentaron el número de desahuciados sociales en sus respectivos países, quizá como expresión concreta de la solidaridad afín que sienten por ellos, de manera frecuente sólo en el discurso. Es una línea de comportamiento generalizada ante sus pueblos y ante su propia militancia que goza y también debe soportar sus soporíferos discursos, actitudes hirsutas y gritos cargados de resentimiento e ideología -en ese orden- que los orientadores de estas facciones sostienen para asaltar el manejo de las administraciones en los diferentes países de la región que caen bajo su órbita.
Esto, al tiempo que convierten a la hacienda pública en espacio para obrar en su desmedro, con patente de corso y con mayor vehemencia de lo que de manera tan sistémica como sistemática ejecuta el, para ellos, odiado stablishment corrupto de América Latina. Es esta una conducta que responde a líneas ideológicas concretas: el tesoro del Estado y la acción en su deterioro con banderas de ideología cargadas de pugnacidad y autojustificación es una de las formas de lucha. Así lo ha señalado el especialista argentino Hugo Alconada Mon en su libro "La Piñata" ***. El nombre de ese proceso con evocación infantil hacia el disfrute, dice de un vocablo que define lo hecho por el sandinismo en su primera etapa de barrido por la administración nicaragüense, en los años 80, cuando sus burócratas y empleados de diverso rango, robaban hasta las máquinas de escribir -aún no había llegado el tiempo de las computadoras- que por entonces estaban en las oficinas del gobierno.
La aventura les costó a los sandinistas la elección posterior a la primera experiencia de gobierno, en 1990, pues el electorado no les perdonó el saqueo y los castigó en las urnas, pero aprendieron la lección y refinaron los procedimientos para volver a la carga en operación política de asalto definitivo y apoderamiento de los resortes del Estado, sin renunciar a la vocación cleptocrática y con el fin, esta vez sí, de perpetuarse en el ejercicio del poder ya sin máscaras democráticas por la vía de la sucesión feudal propia de cualquier sátrapa de tiempos bíblicos. Aunque, claro está, en "nombre del pueblo" y con intención de imponer un pensamiento único en las respectivas sociedades sobre las que se empoderan. Así se impuso en Nicaragua de manera aparentemente perpetua no solo la corrupción como parte del sistema revolucionario de control social, sino también el asqueante nepotismo como tara política agregada y llave de seguro para ejercicio del despotismo sin ilustración alguna.
La escritora Gioconda Belli llamó la atención en sus libros sobre esa folclórica nueva burguesía nicaragüense, que en asocio con los corruptos tradicionales hacía, hace y seguirá haciendo de las suyas porque esto no es una contingencia de corrupción continental, no, se trata de un plan estratégico que va en unión con lo ideológico, lo político y lo económico. Se roban las arcas públicas y el bolsillo del ciudadano bajo el principio equívoco de que esos dineros de alguna manera aportarán a los propósitos de la revolución. Pero ocurre, como señala el periodista Jorge Lanata -tan argentino como Alconada Mon- en el sentido de que, cuando el dinero corrupto llega al bolsillo de los revolucionarios, es difícil diferenciar en el paso posterior dónde está el límite entre los recursos que irán a financiar esa revolución y los que pasarán a engrosar el patrimonio propio y familiar. Basta ver lo que ocurre en Venezuela o lo que pasó en la alcaldía de Bogotá bajo la administración del Polo Democrático para entender la manera como funciona la ecuación corrupción-revolución.
Queda entonces en blanco y negro que el acompañamiento de Odebrecht o Camargo Correa, de Embraer o Petrobras y su lavajato, junto con Lula da Silva por el mundo latinoamericano y de otras regiones en el planeta, no fue otra cosa diferente que el beneficio mutuo de la emergente izquierda brasileña en conjunto con una parte de su empresariado estratégico, con el fin de asegurar el empeño geopolítico de un "Brasil potencia" sin hacer asco de los procedimientos y con la ayuda de la coima serial y persistente en colusion con la frágil dirigencia política de los países donde llegaron. Frágil, resulta obvio, a la tentación del dinero fácil, cuantioso y "bendito" por la cháchara de la presunta solidaridad hemisférica. La corrupción y el desgreño untaron con propósitos hegemónicos y como "nueva forma de lucha" los proyectos de desarrollo fincados en la obra pública. Eso sumado a los propósitos siempre omnipresentes de una parte mayoritaria de la izquierda continental en hacer "posverdad" con el verbo de la reivindicación social. Para eso son los nuevos amigos y socios. Nada diferente en las maneras de comportarse de los dirigentes tradicionales, ni por fuera de la forma en que la odiada burguesía -para ellos- tiene por costumbre en sus operaciones desde mucho antes.
Lo que en este caso se pone en duda y entre paréntesis, es la presunción de que los sectores contestatarios reformarán las perniciosas lacras políticas de susadversarios históricos, condenados en el recuento literario por parte de esas izquierdas quese adicionan al festín en este giro lingüístico de la piñata,como en un juego de vil carrusel de corrupción eterna, tal como lo señala la concepción latina del eterno retorno. Porque, para ellos, la corrupción continua está justificada y redimida -como ocurriría en un trance religioso- en tanto el latrocinio de sus rivales eternos lo es a secas y el de ellos está legitimado en el metarrelato de la revolución en marcha. En otras palabras, sería la degradación y sociopatía de las izquierdas una suerte de maniobra salvífica y absolutoria. Una belleza de inferencia metafísica, bajo "condiciones materiales concretas" -según el relato marxista ortodoxo- que vuelve santos apóstoles a Nicolás Maduro, Cristina Fernández, Daniel Ortega, Evo Morales, Lula da Silva y el resto del parche que sin compasión arrasó y sigue arrasando el tesoro público en América Latina (aresprensa).
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* La expresión es una extrapolación del término "boliburguesía" que acuñaron los venezolanos para señalar a los empresarios de ese país que se asociaron primero a Hugo Chávez y luego a Nicolás Maduro, para alcanzar preferencias y privilegios de negocios, articuladas también con cadenas de corrupción.
** José López fue una de las más representativas figuras -pero no una de las más importantes- de la contumaz parábola de corrupción del gobierno kirchnerista argentino. Acompañó como secretario de Obras Públicas durante más de 12 años, tanto a los gobiernos de Néstor Kirchner como de Cristina Fernández, y desde el laboratorio de saqueo que fue el gobierno local de la provincia de Santa Cruz, en el extremo sur argentino, hasta el nacional desde la Casa Rosada. La obra pública fue, precisamente, una de las mayores fuentes de exacción en la obscena saga política y de manejo de recursos públicos del matrimonio gobernante.
*** El vocablo surgió del habla coloquial nicargüense, para definir el fenómeno de arrebatar sin pausa, medida ni mengua los fondos públicos del pequeño y empobrecido país centroamericano, por parte de la burocracia "revolucionaria".
Fuente: www.aresprensa.com