Psiquiatría represiva: una cura para el odio. Viviana Padelin

26.11.2017

Viviana Padelin


"¿Hay alguien que pueda pensar hoy en amenazar a las fuerzas socialistas? No creo que exista. Ni los campesinos, ni los trabajadores, ni los intelectuales, nadie puede permitirse dudar de la solidez y la fuerza del socialismo. Por supuesto, tontos y locos existen en todas partes del mundo; para ellos nuestra sociedad tiene a su disposición todos los medios necesarios, incluyendo la camisa de fuerza". Así vociferaba Ceausescu en 1968, año de la modificación del Código Penal en el que se incluyó la obligatoriedad de "curar" a reincidentes.

Quién podría no rendirse frente a la superioridad socialista? Quién no resignaría su individualidad, autoestima, libertad de conciencia, religión y dignidad por la construcción de la nueva moral de las masas? Un loco para el SXX, un "enfermo de odio" para el SXXI.

Casi treinta años más tarde, la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela obliga a "la atención terapéutica y de otros cuidados de la salud" como medida específica preventiva contra el odio (Art. 8 Ley Constitucional contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia).

Antes y ahora, la normalidad psicológica está reservada para los conformistas; quienes tienen la invaluable capacidad de flexibilidad para adaptarse a los cambios de otros, cualquiera sea. Un signo de madurez, equilibrio emocional y evolución individual, según los psicólogos. Para el resto, ningún "delirio" que no pueda atemperarse con una buena dosis diaria voluntaria de ansiolíticos.

En la URSS fueron las "psikhushkas" donde fueron internados miles de disidentes bajo el diagnóstico de "esquizofrenia retardada o lenta": una enfermedad cuyos síntomas eran "delirios reformistas", "perseverancia" o "lucha por la verdad". Una solución rápida y efectiva de la KGB: desacreditar a la disidencia como enfermos mentales y evitar juicios.

En Rumania fueron las psico-prisiones donde los "paranoicos" o "esquizofrénicos" encontraron tratamiento a sus insistentes intentos de emigración, sus opiniones críticas al gobierno, o bien a sus prácticas religiosas. Para ellos, electro-shock o camisa de fuerza química. No se trató de un proceso de re-educación bajo tortura moral y espiritual como en Pitesti, sino un proceso de aislamiento y abandono hasta anular la autoestima y voluntad. Y, por supuesto declarar su incapacidad mental.

Algunos pacientes denunciaron abusos y su detención ilegal, lo que agravó el diagnóstico: irritabilidad, impulsividad, conducta antisocial, un "paciente crónico e incurable" y su posterior confinamiento en algún hospital lejano a su residencia.

La legislación estableció como obligatorio el tratamiento psiquátrico con la opinión de un solo médico y el testimonio de familiares o vecinos, sin que el "enfermo" pudiera apelar en su defensa. (Decreto 12/65: "Los miembros principales de la familia que residen habitualmente con una persona cuyo comportamiento puede considerarse como un enfermo mental, aquellos que entran en contacto constante con ella en el hogar o en el trabajo, así como cualquier otra persona que es consciente de tal caso, están obligados a notificar de inmediato por escrito las unidades sanitarias. La notificación se dirigirá al dispensario médico en cuya jurisdicción territorial esté domiciliada la persona que se considere como enfermedad psiquiátrica o el dispensario médico al servicio de los trabajadores del establecimiento en el que esté trabajando").

Durante 1978, Ceausescu, encandilado con los mega-espectáculos callejeros de su camarada, el megalómano Kim Il Sung, decidió imitarlos, redoblando el culto a su personalidad y el de su esposa Elena. Para esto fue necesario el decreto que estableció la "emergencia psiquiátrica": como parte de la logística del acontecimiento político se incluyeron las redadas de hospitalización de potenciales disidentes para prevenir manifestaciones hostiles.

Secuestrados por la Securitate en la calle o en sus casas, los "enfermos" eran ingresados por algunos días para evaluación, diagnóstico y medicación preventiva. Una forma de represión e intimidación o "pacificación" breve como utilizó la KGB en los países bálticos.

La mayoría de los médicos pertenecieron a la élite comunista; otros, sólo colaboracionistas beneficiados con favores personales, remuneraciones extra, viajes al exterior y la posibilidad de acceder a vínculos especiales con las autoridades. En muchos casos, los directores de los hospitales psiquiátricos fueron miembros especiales de la Securitate. Todos, impunes.

En este siglo XXI, en el Imperio del Buenismo, puede alguien hoy en Venezuela y en el mundo oponerse a la diversidad, la inclusión, el igualitarismo, la tolerancia y la convivencia pacífica?

Hay alguien que pueda hoy amenazar a la dictadura global de la corrección política? Ni los jóvenes, ni los trabajadores, ni intelectuales, nadie puede permitirse dudar de la solidez y fuerza del nuevo paradigma socio-cultural de Occidente. Por supuesto, tontos y locos existen en todas partes del mundo; para ellos nuestro mundo globalizado tendrá a su disposición todos los medios necesarios, incluyendo la Ley contra el Odio.

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